Cómo hemos cambiado. Mítica canción de los 90 de un grupo con letras que eran poemas, dulces, armoniosas y hasta nostálgicas, recordando lo que éramos y lo que somos ahora. Tema de los 90, recordad. Pues ahora ni te cuento lo que hemos cambiado.
Se me ocurrió este nuevo artículo hace unos meses, nunca lo acabé y se quedó por concluir. La inspiración a veces se te va y cuesta que vuelva. O las pocas ganas de seguir contando las cuitas y los diretes de un agente comercial. El caso es que ahora me ha dado por ponerme a ello y me parece que fluirá.
Fluirá porque estos últimos meses están siendo estresantes. Será la edad, serán los años que uno lleva encima, los kilómetros, las charlas, las visitas, los correos y whatsapps escritos. Las incidencias, las broncas por culpa de alguien que ni conoces. Al final, las broncas por culpa de uno no las cuento, esas las asume uno y punto. Pero las de los demás, antes te las tragabas y pa’lante. Ahora te minan la moral.
No tengo ninguna duda en absoluto de que la gente ha cambiado, de que hemos cambiado. Y es que todo es diferente. Empezando por las relaciones con los clientes, con gente que llevas viendo, hablando, escribiéndote, hace décadas. Sí, décadas. Este año se cumplieron 35 años desde que empecé en este sector, que no en la venta.
Se perdieron la amabilidad, las formas, el ponerse en el lugar del otro. Solucióname esto y búscate la vida, sin más… Sabiendo que eres el último de la escala y que hay tantas cosas que no dependen de ti que es prácticamente imposible la solución.
En artículos anteriores ya he ido apuntando los “problemas” que aquejan al agente comercial en su día a día. Pero es que cada día que pasa, se acrecientan, aumentan y no tienen remedio.
He trabajado con diversos fabricantes. Al final, tener una fábrica detrás, con sus departamentos de producción, de diseño, de calidad, te daba la tranquilidad para saber que tenías a alguien, o a más de uno, detrás, respaldándote, cuando surgían problemas y gordos. Pero siempre te tocaba dar la cara. Y la verdad es que, últimamente, la cara la tengo llena de moratones, porque sigo poniéndola sin que nadie más la ponga.
Cuando surge una situación problemática, pones todo para que se solucione, lo antes posible y que el cliente final quede satisfecho, todo en pos de preservar la buena imagen de la marca, que la empresa no salga perjudicada, a pesar de que el que la cagó -perdonad la expresión- ni lo sabe, ni le importa. Esa es otra. La responsabilidad de los fallos también la hemos olvidado.
La paciencia se terminó. La gente, desde que se mete en su celular a comprar, ha perdido la capacidad de esperar. La inmediatez de las redes, de las compras por internet, del postureo, nos cambió la capacidad de ver la realidad. Y esta, a veces, es más dura o complicada de lo que parece.
Al final de lo que quería hablar en definitiva es del cambio de todos y todas en nuestro día a día.
Se me ocurrió por la experiencia en una de mis salidas a visitar clientes. Gente que conozco desde hace años y que han cambiado, el día a día los ha maleado o los ha transformado. Se han olvidado de darte la mano, de saludarte amablemente, de ponerte una sonrisa y de alegrarse de verte.
Llevas trabajando mano a mano con ellos desde hace años, les has permitido ganar dinero, ofreciendo artículos que nadie había ofrecido antes, abriendo mercados donde jamás hubieran pensado incursionar. Los has visto crecer, ampliar la tienda, cuando no abrir otras y ahora pareciera que ya no les sirves.
Y el cliente final ya no digamos. Pareciera que esta en posesión única de la verdad y razón absoluta. La falta de respeto a quien sale a trabajar para mejorar sus empresas va en aumento. Las amenazas, el “pues no te compro más” es la frase siempre a punto.
¡En serio! Luego nos quejaremos de cómo está la sociedad, que cómo sube la juventud. Ya no digamos de quien dirige nuestros pueblos o ciudades, comunidad o país, que hacen lo que hacen… Son el vivo reflejo de la sociedad que poco a poco hemos ido malcriando, sí. Porque al final la culpa de toda la situación es únicamente nuestra. Hemos ido tirando, tirando, sin pararnos a reflexionar, a pensar en los demás, en tomar aire antes de decir las cosas. De perder tiempo para pensar, como me decía alguien hace años.
¿Estamos a tiempo de cambiar esta deriva? La verdad, no lo sé. Siempre he sido de los que ven el vaso medio lleno, pero en esta ocasión lo que respiro es el vacío. En nuestra mano está cambiarlo, respirar hondo, disfrutar cada minuto de nuestra vida, porque después de todos estos líos, problemas, cuitas y diretes, aquí estamos de prestado y cualquier día se acaba. Porque te jubilaste y pasaste a ser uno más de esas personas que ya no son nadie, que no mandan a nadie, que ya no abroncan a nadie. O, simplemente, porque tuviste la mala suerte de no seguir en este mundo.
Seguid leyendo, eso relaja, hace pensar, tomar aire, a lo mejor sirve para cambiar algo. Esta vez encontré un thriller de esos que nos sabes si el asesino es el mayordomo o simplemente fue un cúmulo de casualidades. Y no, no lo toméis al pie de la letra por el título. El libro es Venganza de Carme Chaparro.
Un artículo de Comercial Errante.