PANTER VITA ECO
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En ocasiones las películas o las series reflejan la perfecta radiografía de un país. Por ello, hoy hemos seleccionado un ‘show’ que marcó la historia de la televisión actual. Me refiero a ‘Camera Café’, emitida ver entre los años 2002 al 20024 en Tele Madrid y Canal Sur. Posteriormente se emitió en Telecinco.

El formato de Camera Café era muy sencillo, espacios cortos de unos seis minutos donde había un prólogo, varios sketches y un epílogo final. La seria contaba con grandes actores como Luis Varela, Ana Milán, Carolina Cerezuela, Esperanza Pedreño, Carlos Chamarro o Arturo Valls.

La serie tiene todo lo que hay en las empresas y un poquito más: ese jefe autoritario que grita mucho, una directora de marketing que grita mucho más, el informático despistado, el contable súper listo, el vendedor escaqueado, el vendedor currante… También presenta a la señora de la limpieza que todo lo sabe, a la administrativa que se sacrifica por la empresa, a la que no se entera de nada o a la secretaria del jefe. Están todos los tópicos y estereotipos posibles.

Es nuestro a día, un pequeño retrato de nuestras empresas, de esa parte que no ve nadie cuando están en una sala de reuniones o en una mesa de despacho. Todos somos profesionales y perfectos, pero frente a esa endemoniada máquina de café, se transforman, sacan su verdadero ser. Se pasan a ese lado oscuro que todos tenemos.

En ese ambiente relajado sacamos las confidencias, los secretos, los miedos, las risas y hasta las fotos de familia. Es el punto de encuentro real de la empresa, no lo es la sala de juntas. Aquí, estás frente a esa máquina que te hace escoger. Café solo, con azúcar o sin azúcar. Cortado, chocolate, café con leche. Has de tomar unas simples decisiones, pero que nos hacen un poco más especiales dentro de nuestras limitaciones.

En ese momento nos dejamos llevar por la humanidad y naturalidad que llevamos dentro. Todos somos iguales, o más iguales frente a esa maquinita. Todos han de guardar su turno por igual para realizar su elección. Es un espacio, donde se escribe y se transmite la cultura real de la empresa. No la de los que la ponen en manuales, tratados y memorándums, hechos desde el reducido espacio de sus mesas, de sus despachos, de nunca salen, de donde nunca comparte unas risas ni un café, ni un espacio común.

Es el lugar donde los mayores, por experiencia, no por edad, transmiten el que es el día a día al nuevo, al recién llegado. Es una acogida, un formato de cuidar del otro no escrito, no regulado, no certificado por ninguna empresa de esas del ISOO o similares.

No sabíamos lo que representaba hasta que un día, nos dejaron a todos en casa sin salir en mucho tiempo. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que faltaba algo en el hacer diario. Era algo que no sabíamos a ciencia cierta, pero no estaba completa nuestra jornada laboral. No teníamos el rincón de los consejos, el pequeño muro de las lamentaciones con nuestro amigo de las nueve de cada mañana.

Ese lugar en el que alguien te decía cómo hacer aquel informe, donde te aconsejaban sobre cómo actuar frente a la nueva responsable de RR.HH. Donde podías preguntar cualquier cosa que no dirías en una reunión.

Lo perdimos, ya no estaba. En esa pandemia perdimos muchas cosas, una de ellas fue esta. Además, había recién llegados a grandes organizaciones que se quedaron aislados como islas en sus casas, en sus mesas de comedor o sofá frente a un ordenador. Cambiaron los buenos días con olor a Juan Valdez por el café con leche y las pastas de casita.

Ya no había un espacio en el que refugiarse, donde buscar la complicidad de los compañeros. Estabas muy solo ante el peligro, porque seamos sinceros, el chat del Teams no da las mismas respuestas que sujetando una taza caliente. Es algo que no era nada especial, pero a la vez lo era todo.

Necesitábamos esos cinco minutos de conversación, de sentirse arropados, de saber que había el comodín del café para solucionar dudas inconfesables a quienes no podíamos decírselas. Era el mágico punto de cohesión, personal, profesional, afectiva, que se perdió. Muchos recién llegados pagaron caro el no tenerlo. Depresiones, falta de motivación, ansiedad. El teletrabajo era soledad, era no tener apoyo, no tener calor humano.

Por suerte, muchas empresas han recuperado total o parcialmente esta buena costumbre de tenerla como punto de reunión o meeting point.  Se ha ganado humanidad, cohesión, compañerismo.

No podemos dejar de ver a la jefa de marketing de los gritos, al jefe que no soporta a los empleados. La de la limpieza amenazando al que ensucie. El escaqueado comiendo con los clientes. El contable persiguiendo a más de uno por los tiques. O al chofer molestando al pobre vendedor currante.

No perdamos esa unión. Está en nuestra cultura, en nuestro ADN. Somos socialmente dependientes del consejo, del comentario, de las risas. Somos unas islas que necesitan sentir una península muy, pero que muy cerca.

Seamos socialmente responsables, comuniquemos la cultura de la empresa con toda su esencia frente a un café, compartiendo unas pastas, un trozo de bocadillo o lo que sea.

Por eso en muchas ferreterías una cafetería a la entrada o una máquina de café. Une a los empleados, a los clientes, crea hábitos de visitas a las tiendas, aunque solo sea para compartir esa taza de café.

No seamos islas incomunicadas, seamos un grano más del café que se funde con otras tazas para formar algo más que solo un punto en el horizonte.

Redacción: Bricolador Enmascarado.

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